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domingo, 16 de octubre de 2016

Poemas acerca de las madres ( varios autores)



La noche interminable


Mi madre estaba allí,en la noche interminable
en la mas fría y azul de todas
y yo, no sé por qué le toqué la frente helada
y sentí que somos una piedra, disfrazada unos años

entonces le hablé como nunca lo había hecho
y le conté de ese río de lava roja
que aparece en mis sueños
y de esa tarde flotando en el mar con ella
cuando descubrí sus ojos llenos de olvido
en los que vi un barco ardiendo
y mi cuerpo de niño flotando en el río, boca arriba
debajo de un cielo oscuro

creo que antes de morir algo la había aniquilado
algo que no puedo pronunciar
pero siento que me acecha como a ella
y espera pacientemente devorarme

una sospecha me hizo abrirle un párpado
y vi el barco ardiendo nuevamente
la abracé fuerte
como nunca lo había hecho
mientras el río de lava me tragaba.

 De Andres Bohoslavsky


Mi madre

Está muerta hace tiempo,
pero cumple años como siempre
y reaparece en las fotografías,
mitad escondida, mitad velada por la vergüenza.

Tengo la misma edad de su muerte
y es como si cruzara un bosque
lleno de humo
o enarbolara una bandera de parlamento
o descubriera un feto
en el fondo de una piscina.

Estaba sentenciada por el embuste.
Cuando la vi, era tarde:
los años la habían arrasado en pocos meses,
tenía el rostro de las brujas infantiles
y, sin embargo, era ella,
la misma que me acunaba en su pollera
con olor a cocina,
la misma que convocaba el té de tilo nocturno,
la que me enseñó a rezar para mi padre,
muerto por esos cielos,
la que estiraba las frazadas hasta las orejas,
la de las manos rugosas de tiempo y jabón.

Era la misma. Pero ocupada en su muerte,
no le alegraba mi regreso
y seguía acostada sin preguntarme nada,
sin fuerzas, sin ganas, sin amor.
No le importaba el hijo que regresaba enfermo.

Estoy cruzando su muerte en mitad de la lluvia,
estoy echando un puñado de tierra
y me falta su amparo, su falda, su silencio.
Será posible, Dios, que nunca acabe,
que nadie acabe de morir
hasta su propia muerte,
que todo sea un atentado de ambigüedad,
que me dé miedo escribir
por no tropezar con ella
detrás de cada metáfora,
detrás de cada impericia.

Camino por su muerte como si sólo ahora
muriera de repente.

Ya no existen sus cartas, sus peinetas,
su cama de la muerte.
Sólo existe este llanto tardío,
esta sobresaltada pesadilla,
este miedo a vivir que dan los años.

De Oscar Gorbacho



http://otrascriaturas.blogspot.com.ar/2015/12/oscar-gorbacho-carmelo-uruguay-1922.html




Los ojos de mi madre


Hundidos en el fondo de su rostro
con piel de Blancanieves
intocados por los años
de larga vida y breve muerte
con un destello de paloma en vuelo
nunca supe cuándo me dejaron
de mirar

De Carlos Basch

http://otrascriaturas.blogspot.com.ar/2013/11/carlos-basch-1948-capital-federal.html

Hay quienes comparan nadar
con un regreso a la panza de la madre:
revivir estar en líquido amniótico.

El saco amniótico es un recinto reducido
(se estira, estira la piel todo lo que se pueda)
que amortigua y el feto puede saltar ahí, moverse:
estar protegido de posibles golpes exteriores.

El río es un lugar inmenso, no hay paredes ni barandas
donde sostenerse.

La relación entre mamá y yo no está en el agua:
nunca nadé soñando estar dentro de ella.
Doy brazadas sin ninguna pretensión embrionaria:
hago inmersiones sin buscar ningún sentido a nuestro vínculo
salgo a respirar como todo mamífero que sueña con ser pez
pero sabe que en el aire está su vida.

Mi mamá me enseñó a crecer
sin tener que dejarme el traje de buceo puesto.

De Lorena  Curruhinca

Responso ante el cadaver de mi madre

A este cadáver le falta alegría.
Qué culpa tan inmensa
cuando a un cadáver le falta alegría.
Uno quiere traerle algo radiante o gustoso (yo recuerdo
su felicidad de anciana comiendo un bife tierno),
pero Dora aún no regresa del mercado.

A este cadáver le falta alegría,
¿alguna alegría aún puede entrar en su alma
que está tendida sobre sus órganos de polvo?

Qué inútiles somos
ante un cadáver que se va tan desolado.
Ya no podemos enmendar nada. ¿Alguien guarda todavía
esas diminutas manzanas de pobre
que ella confitaba y en sus manos obsequiosas
parecían venidas de un árbol espléndido?


Ya se está yendo con su anillo de viuda.
Ya se está yendo, y no le prometas nada:
le provocarás una frase sarcástica
y lapidaria que, como siempre, te dejará hecho un idiota.

Ya se está yendo com su costumbre de ir bailando
por el camino
para mecer al hijo que llevaba a la espalda.

Once hijos, Señora Coneja, y ninguno sabe qué diablos hacer
para que su cadáver tenga alegria.

 De Jose Watanabe




En el retrato luce joven

con la blusa
el peinado y el gesto
de otra época.

Sin embargo
está ausente la alegría
de aquellos que tienen
todo por delante.

Si ocurriera el milagro
de volverla a la vida
¿sería afectuosa su mirada?

¿O sería levemente irónica
como la que una muchacha brinda
a un hombre mayor
 a quien respeta?

¿Me reconocería en esta edad
que me encuentra
 haciendo cuentas con el misterio?

Con nuestros recuerdos
traicionamos al tiempo.

Imágenes
que  traen desconsuelo.
 
 
de Jorge Santkovsky


El Pecho Blanco, El Pecho Negro

Mi madre tenía un pecho blanco y un pecho negro.
Al despertar tomaba el pecho blanco en su mano
y acercándolo a mis labios decía: Bebe, hijo mío,
y yo bebía una leche blanca, espesa, dulcísima.
Luego apretaba entre sus dedos el pezón negro
y colocándolo en mi boca repetía: Bebe, hijo mío,
y yo bebía una leche oscura, infinitamente agria.
Mi madre tenía un pecho blanco y un pecho negro.
De día, sosteniendo el pecho blanco en su mano
como una paloma, susurraba: Es la luz del mundo;
y a la noche, mientras exprimía suspirando
el pecho negro, prorrumpía: Es la oscuridad.
Mi madre tenía un pecho blanco y un pecho negro.
A veces exponía el pecho blanco al sol
y escondiendo bajo su ropa el pecho negro
canturreaba: Esta es la leche que sacia toda hambre,
y su rostro se iluminaba con una sonrisa inmortal.
Pero mi boca buscaba otra vez el pecho negro
y tomándolo en su mano con piadosa resignación
lo ponía en mis labios diciendo: Bebe, hijo mío,
y yo bebía ávidamente la leche que da más hambre.
Mi madre tenía un pecho blanco y un pecho negro.

De Horacio Castillo

mas poemas en
http://otrascriaturas.blogspot.com.ar/2010/11/horacio-castillo.html

Mi madre

Que‚ nube ser aquella nube
Que viene entenebrecida? Ser
el llanto de mi madre que en
lluvia se ha convertido.
El sol a todos alumbra
A todos, menos a mi. No
falta la dicha a nadie;
Para mi solo hay dolor.
Porque no conocí a mi madre,
Mas que la fuente lloro‚ Porque no
hubo quien me ampare Mi propio
llanto bebí.
También al agua me echó‚
Queriendo que me arrastrara;
El agua me echó a la orilla
Diciendo: ‘Sigue buscándola’.
Como ella desde la nube
Mi corazón también lloró.
Flotando en lago de sangre,
Enmarañado de espinas.

de Juan Wallparrimachi Mayta 

mas poemas en http://otrascriaturas.blogspot.com.ar/2017/07/juan-wallparrimachi-mayta-potosi-1973.html


viernes, 4 de julio de 2014

Reportaje a Jose Watanabe por Enrique Higa Sakuga



International Press: Cuando relee sus poemas, ya publicados, ¿siente que ha logrado plasmar lo que realmente quiso decir o que las palabras se han quedado a mitad de camino?

José Watanabe: Yo creo que ningún autor siente, cuando relee su obra, que está dicho todo lo que tenía que decir. Siempre sientes que el lenguaje fue muy limitado, que no te apoyó mucho. Y te provoca corregir. O rescribir. Pero así te pasarías la vida corrigiendo y ya no escribirías nuevos poemas.

IPC: ¿Cuándo es que dice "hasta acá corrijo y ya publico"?

JW: No hay un instante en que tú digas "ya está terminado el poema". Tienes conciencia de que el poema que publicas no está terminado. Mallarmé creo que fue el que dijo que no hay poema terminado sino abandonado. O sea por cansancio dices "hasta aquí". Eso me pasa a mí y creo que a todos. Siempre te queda la sensación de que todavía podría corregirse más. Pero tienes que publicar.

IPC: Entonces hay una sensación de permanente insatisfacción.

JW: Siempre te queda esa insatisfacción y en el fondo piensas "el próximo poema lo haré mejor". Quizá esa misma insatisfacción impulsa que uno siga escribiendo. Siempre y cuando todavía tenga la inspiración que le llaman, o las percepciones que te llevan a escribir un poema. Espero que todavía las pueda tener.

IPC: Y eso que llaman inspiración, ¿cómo lo llamaría usted?

JW: Es un estado de conciencia donde uno siente que tiene más dominio de todo. El momento en que escribes poesía te sientes al mismo tiempo muy poderoso y muy débil. Muy poderoso porque sientes que lo puedes hacer todo, y muy débil porque parece que el lenguaje te va a ganar la pelea. Cuando estás inspirado, te sientes más poderoso. Y es un estado de conciencia muy bonito, que se disfruta mucho. Uno se siente como transportado. Y parece incluso que te dictaran versos. En tu cabeza aparecen versos que tú no los has pensado.

IPC: Y cuando pasa ese estado de gracia y relee lo que ha escrito, ¿le sorprende lo que encuentra?

JW: Sí. Uno se pregunta: "¿Cómo apareció esto? Yo no soy tan inteligente como para haber escrito esto, entonces alguien me lo dictó".

IPC: Venancio Shinki me contó que una vez, luego de pintar un cuadro, se puso a analizarlo y encontró lagartijas, cactus, rocas, etc. Tomó conciencia de que su pintura tenía elementos de su infancia rural que siempre lo persiguen. ¿Le pasa lo mismo con su poesía?

JW: Sí, claro, porque la poesía tiene gran parte de irracionalidad, de cosas subjetivas que tú no controlas y aparecen. Y aparecen cosas que uno nunca pensaba. Pero eso es lo bonito, tú lo tenías dentro pero no sabías que lo tenías. Y entonces afloran y en ese instante la poesía se convierte en una especie de forma de conocerte a ti mismo.

IPC: Los medios siempre enfatizan su origen japonés y lo vinculan mucho con los haikus. ¿Le incomoda tanta insistencia en eso?

JW: Sí, me involucran demasiado con el haiku, con la literatura japonesa, o con una sensibilidad japonesa. Yo soy contemplativo. No sé si es una herencia genética, si es una forma cultural que me enseñó mi padre, o es que habría nacido así aunque no hubiera tenido un padre japonés. Soy muy contemplativo y eso me lleva a que lea a los escritores de haikus, pero tanto como leo a otros escritores, también contemplativos de la naturaleza, como Robert Frost que es norteamericano, como Antonio Machado que es español y otros.

IPC: Siente que lo quieren estereotipar.

JW: Mucho me quieren estereotipar, me quieren japonizar. Hay muchos estudios que están haciendo ahora en EE.UU. sobre mi poseía, donde me estereotipan bastante. O sea soy producto de dos grandes culturas, la japonesa y la andina. Y yo no me siento representante de dos grandes culturas. Yo escribo nada más.

IPC: ¿Qué es lo que puede ver un poeta que quizá el resto no pueda ver?
JW: Yo creo que todos podrían distinguir lo mismo, o tener la misma percepción que un poeta. Lo que pasa es que el poeta se entrena para eso. En la realidad tú ves dos, tres cosas, que al juntarse producen algo extraño, surge algo que no habías visto antes. El título de mi anterior poemario es "La piedra alada", y eso vi en Huanchaco. Había una piedra más o menos pequeña, y ahí se había quedado pegada el ala de un pelícano. El pelícano se había perdido, pero quedó el ala, con sus plumas. Y el ala se movía con el viento. Yo vi algo ahí, un mensaje, un símbolo: el ala quería hacer volar a la piedra. Cuando escribes el poema ya tú le das una dimensión mayor: lo aéreo frente a lo terreno, el impulso de volar que lo tenemos todos.

IPC: Pero esa mirada exige una sensibilidad especial...

JW: Entrenamiento más que sensibilidad. Cuántos pasarían por ahí...

IPC: Pero solo verían un pedazo de ala pegado a una piedra y nada más.

JW: Para eso eres poeta, y tienes el gusto de traducir eso para otros. Esto vi y te lo cuento en el poema.

IPC: A Ud. le gusta corregir mucho, ¿eso no puede restarle intensidad al poema?

JW: No. El impacto que yo tuve cuando vi el ala de pelícano sobre la piedra, eso no lo olvido. El impacto, la conmoción, la iluminación que tuve, eso no se pierde. Yo puedo escribir un poema, puedo corregirlo muchas veces, pero lo que tengo presente siempre es qué sentí cuando lo vi. Las palabras pueden cambiar, pero no la percepción, el impacto, eso no debe cambiar. Hay que mantener la carga afectiva.

IPC: Ahora publica más que antes, ¿por qué?

JW: Porque me he hecho más tiempo. Debe de ser también la presión de la edad, quiero escribir más, no quiero llevarme lo que todavía tengo. Y por otro lado, tengo menos cargas familiares y puedo poner ciertas condiciones en mi trabajo para trabajar menos y tener más tiempo para escribir. Me he hecho un espacio más amplio para escribir que el que tenía antes. (Emilio Adolfo) Westphalen dijo: "Se escribe muy joven o muy viejo, en medio hay que sobrevivir". Eso es cierto.

IPC: Siente que aún tiene mucha poesía por sacar.

JW: Claro. Yo felizmente a mi edad todavía siento que tengo muchas cosas que decir, que no me agoto. Y me da miedo irme de esta fiesta llevándomelo todo.

IPC: Imagino que le molesta que le digan vaca sagrada.

JW: (Risas) En la India están las vacas sagradas. Me da mucha risa en realidad, no me molesta. Yo soy una persona normal, muy sencilla, soy de provincia, mi alma sigue siendo provinciana. Mi esposa siempre me dice: "Si supieran cómo eres en la casa, nadie te respetaría" (risas). Porque yo aquí en mi casa paro haciendo chistes, bromeando, y de repente me doy cuenta de que algunos jóvenes piensan que soy eso que dices, una vaca sagrada, y de que hay un excesivo respeto. Y me da risa.

IPC: En un programa de televisión usted habló sobre un comentario que hizo su madre sobre un libro suyo.

JW: Mi mamá era una persona muy sabia, tenía una sabiduría popular que había heredado de sus ancestros andinos. Lo que yo más apreciaba de ella eran las frases que tenía, perfectas para determinadas situaciones. Y una vez me dijo una de esas frases cuando yo le entregué un poemario mío, creo que fue "Historia Natural", donde incluso hay un poema duro sobre ella. Yo bromeando le dije: "¿Y? ¿Te gustó?". Dijo: "Sí, está bonito, tú envuelves mierda en papel bonito" (risas). Y creo que es una buena definición de lo que pretendo hacer, o sea decir cosas más o menos fuertes, intensas, pero con un lenguaje más o menos diáfano, transparente.

IPC: Es como si lo sórdido pudiese suavizarse.

JW: No sé si lo sórdido, pero sí lo duro. A veces lo sórdido puede envolverse o trasladarse a un lector con un lenguaje transparente. Y esa contradicción me gusta mucho. Que se le diga al lector algo duro, pero suavemente. Con finura. Sin violentarlo.

IPC: ¿Qué reacción espera de un lector de sus poemas?

JW: Primero que sea duro, exigente, que no me perdone las fallas, las caídas sensibleras. Y luego que comparta conmigo la experiencia.

IPC: ¿Y qué es lo más bonito que le ha dicho un lector?

JW: Yo tengo un lector que es ingeniero geólogo. Me llama por teléfono a veces y me pregunta: "¿Cuándo publica su próximo poemario?". Yo le digo: "Uff, todavía falta". "Ah, porque yo siempre espero comprar su poemario, soy geólogo y no me gusta la poesía, pero la suya sí la entiendo". Y a mí me preocupa eso, que la poesía se entienda. La poesía tiene varios niveles, pero hay un nivel en que debe ser entendida por cualquier profano. Una vez una poeta venezolana leyó mis poemas y me escribió una carta. Me dijo: "Yo siento que tus poemas los he tenido siempre en la punta de mi lengua. Casi son míos". De eso se trata, de que el lector sienta que esos poemas también le pertenecen, que él los habría escrito si hubiera tenido cierto dominio del lenguaje. Eso es bonito, esa es la función de la poesía.

IPC: Usted logra plasmar en el papel lo que mucha gente siente y quisiera decir.

JW: Claro. Todo poeta pretende hacer eso. A mí mismo me sucede cuando leo a otro poeta, digo: "Caramba, por qué no se me ocurrió a mí este poema, qué cólera que se le ocurrió a Fernando Pessoa y no a mí". Es una envidia amistosa, bonita. Hay una fraternidad en esa envidia.

IPC: ¿El poeta tiene un don?

JW: Mira, sin ser muy solemne creo que sí. Pero ese don uno lo trae, cada día me convenzo más de que los poetas nacen. Los artistas en general nacen, no pueden contra eso. Yo he tratado de no ser poeta. Yo traté de estudiar arquitectura, otras cosas, y no pude. Tenía esa cosa que te late en el alma y entonces escribes. Y es una especie de don, sí. Pero dicho humildemente. Tengo una sobrina que tiene el don para aprender idiomas. Yo le tengo envidia porque soy incapaz de aprender otro idioma, mastico apenas el inglés. Es un don también, como cualquier otro.

IPC: Es poeta porque no le queda otra.

JW: No queda otra, no hay evasiva, es algo ineludible.

IPC: Entonces uno no escoge la poesía, la poesía lo escoge a uno.

JW: Uno nace con eso. Me habría sentido muy frustrado si no hubiera sido poeta. Pero es un don como cualquier otro.


(Tokio, ipcdigital.com)

I

viernes, 22 de abril de 2011

Jose Watanabe (Laredo, Perú, 1945-2007)




La piedra alada

El pelícano herido, se alejó del mar
y vino a morir
sobre esta breve piedra del desierto.
Buscó,
durante algunos días, una dignidad
para su postura final:
acabó como el bello movimiento congelado
de una danza.

Su carne todavía agónica
empezó a ser devorada por prolijas alimañas, y sus huesos
blancos y leves
resbalaron y se dispersaron en la arena.
Extrañamente
en el lomo de la piedra persistió una de sus alas,
sus gelatinosos tendones se secaron
y se adhirieron a la piedra
como si fuera un cuerpo.

Durante varios días
el viento marino
batió inútilmente el ala, batió sin entender
que podemos imaginar un ave, la más bella,
pero no hacerla volar


Mi casa

Mi vecino
estira su casa como un tejido que le ajusta.

No debería burlarme,
si yo mismo vivo inmensamente pegado a mi casa, tanto
que a veces las paredes tienen manchas
de mi sangre o mi grasa.

Sí, mi casa es biológica. En el aire
hay un latido suave, un pulso que con los años se ha concertado
con el mío.

Mi casa es membranosa y viva, pero no es asunto
uterino. Estoy hablando del lugar de mi cuerpo
que he construido, como el pájaro aquel
con baba
y donde espacio y función intercambian
carne.
Afuera soy, como todos, del trabajo y la economía, aquí
de mi cuerpo desnudo
y, a veces, de una mujer
que se aviene a ser, como yo, otro órgano dentro de este
pulposo
tercer
piso.

del libro "Cosas del cuerpo"

Responso ante el cadaver de mi madre



A este cadáver le falta alegría.
Qué culpa tan inmensa
cuando a un cadáver le falta alegría.
Uno quiere traerle algo radiante o gustoso (yo recuerdo
su felicidad de anciana comiendo un bife tierno),
pero Dora aún no regresa del mercado.



A este cadáver le falta alegría,
¿alguna alegría aún puede entrar en su alma
que está tendida sobre sus órganos de polvo?

Qué inútiles somos
ante un cadáver que se va tan desolado.
Ya no podemos enmendar nada. ¿Alguien guarda todavía
esas diminutas manzanas de pobre
que ella confitaba y en sus manos obsequiosas
parecían venidas de un árbol espléndido?


Ya se está yendo con su anillo de viuda.
Ya se está yendo, y no le prometas nada:
le provocarás una frase sarcástica
y lapidaria que, como siempre, te dejará hecho un idiota.

Ya se está yendo com su costumbre de ir bailando
por el camino
para mecer al hijo que llevaba a la espalda.

Once hijos, Señora Coneja, y ninguno sabe qué diablos hacer
para que su cadáver tenga alegria.

De Banderas detras de la niebla (2006)


El anónimo

Desde la cornisa de la montaña
dejo caer suavemente una piedra hacia el precipicio,
una acción ociosa
de cualquiera que se detiene a descansar en este lugar.
Mientras la piedra cae libre y limpia en el aire
siento confusamente que la piedra no cae
sino que baja convocada por la tierra, llamada
por un poder invisible e inevitable.

Mi boca quiere nombrar ese poder, hace aspavientos, balbucea
y no pronuncia nada.
La revelación, el principio,
fue como un pez huidizo que afloró y volvió a sus abismos
y todavía es innombrable.

Yo me contento con haberlo entrevisto.
No tuve el lenguaje y esa falta no me desconsuela.
Algún día otro hombre, subido en esta montaña
o en otra,
dirá más, y con precisión.
Ese hombre, sin saberlo, estará cumpliendo conmigo.


La jovencita


El algarrobo se inclina como una nube verde
sobre la única bodega del pueblo.
Detrás del mostrador humilde
una grácil jovencita lleva nuestra mirada
a un tiempo sin malicia.

Tiene el cabello recortado
como un muchachito travieso. El próximo año
tendrá la cabellera larga. El cuerpo
sobrecoge de tan puntual y prolijo: cumplirá
con el crecimiento de cada uno de sus cabellos
y hará sonar una música
menos inocente.

Mientras tanto, ella guarda sus negros mechones
en un frasco de vidrio
junto a los caramelos y gomas de menta.
Eso es siniestro, pequeña.
Tú, tan vivaz, hija
del solcito que venimos a buscar,
no deberías guardar nada muerto. No es justo
para los que ahora te miramos
como agüita de yerba para el desasosiego.

Restaurant Vegetariano


A los vegetales se entra
con hambre de animal longevo y apacible, y lentamente
se acaba
la lechuga.

A la carne se va distinto, se ingresa a ella
con ansia orgánica, casi disputándola
como si fuera carne
del día de la resurrección, y se acaba
el bife.

Recuerdas:
para que tú vivieras
tu familia depredaba la tierra para ti,
pollos patos reses cuyes cabritos carne
para convalecer y durar.

El alimento en la boca te relaciona
con el mundo. Hay días de felino
y días de paquidermo. Hoy sean bienvenidas
las benéficas ensaladas, la suave soya y las frutas
aunque tarde:
ya cincuenta años que comes carne
y estás eructando miedo.

Pero hay días que no tienes carnes ni vegetales
sino arena en la lengua. Te explicas: tal vez has comido
una sequedad inicial, insidiosa, de pecho, y nunca
se acaba, el desierto
nunca se acaba.

del libro "Cosas del cuerpo"


Orgasmo

¿Me dejará la muerte
gritar
como ahora?